LONDRES – Desde Inglaterra hasta Malasia, pasando por Estados Unidos, la recesión alimenta un nacionalismo económico que se ensaña con la mano de obra extranjera barata y puede beneficiar a los partidos populistas, advierten los expertos y los sindicalistas.
En enero cientos de empleados de la refinería Total de Lindsey, en el este de Inglaterra, desafiaban un frío glacial para protestar contra la contratación de italianos y de portugueses para una obra de ampliación de las instalaciones.
El movimiento se extendió pronto como una mancha de aceite: los empleados de otras veinte instalaciones energéticas pararon de trabajar en solidaridad con sus compañeros.
Un acuerdo para la contratación de británicos acabó con las huelgas pero este descontento, tan súbito como contagioso, despertó temores.
"Estamos profundamente preocupados de que otras organizaciones intenten aferrarse al conflicto para satisfacer sus propios objetivos", reconoce Derek Simpson, responsable del sindicato Unite, señalando con el dedo al Partido Nacional Británico (BNP, extrema derecha).
El ministro de Comercio británico, Peter Mandelson, llamó a políticos y a sindicatos a no caer en "la política xenófoba".
El historiador francés Patrick Weil cree que "el mismo tipo de reacción" podría darse en Francia en "los próximos meses" si una empresa europea contrata a trabajadores extranjeros como permite la legislación de la Unión Europea (UE).
Para el sociólogo alemán Klaus Dörre, profesor de la Universidad de Iena (este del país), "el peligro es que las formaciones extremistas consigan acaparar las frustraciones de una parte de la población que ya es sensible a tentaciones populistas".
"Si la crisis perdura, si el desempleo aumenta mucho de forma duradera y si la precariedad se instala… entonces habrá necesariamente un déficit de credibilidad de los partidos políticos tradicionales" y se verá si esta frustración beneficia a la extrema izquierda o a la ultraderecha, explicó a AFP.
En Asia, Malasia prohíbe en adelante la contratación de extranjeros en la fábricas, comercios y restaurantes del país.
En Estados Unidos, la Coalición para el Futuro Trabajador Estadounidense (CFAW) lanzó una campaña contra la concesión a millón y medio de inmigrantes de visados H-1B, reservados para los trabajadores cualificados. "El año pasado, 2,5 millones de estadounidenses perdieron su empleo… Sin embargo, nuestro gobierno hace entrar a millón y medio de trabajadores extranjeros… Su empleo ¿será el próximo?", proclama el anuncio publicitario.
El peligro es que las clases sociales que se sienten afectadas, sobre todo los obreros, "se dejen llevar por el resentimiento y los prejuicios contra los inmigrantes", recalca el sociólogo alemán Klaus Dörre.
En Francia, el resurgimiento de un nacionalismo económico no parece beneficiar por ahora al Frente Nacional de extrema derecha.
De todos modos los extranjeros, opina la sindicalista Francine Blanche (CGT), "no quitan el trabajo a nadie. Ocupan puestos tal mal pagados y tan precarios que (…) no hay competencia con otros empleados. Nadie aguanta en semejantes trabajos".