Argentina: la puja salarial: ¿parto sin dolor?

Uno de los debates que se viene “colando” de a poquito para el año que comienza es el de la cuestión salarial. La discusión había estado ausente por muchos años, aplacada por una ilusoria estabilidad de precios, por la pérdida de peso de las organizaciones sindicales y por el predominio de la idea de que era necesario contener los aumentos salariales para poder competir en el mundo.
De la mano de esas ideas, los indicadores salariales y de empleo se deterioraron dramáticamente a lo largo de más de diez años. A eso hay que agregarle el desplome previo que llevó la relación entre el salario y el PBI de cerca del 50% en 1974 a menos del 20 en el pico de la crisis en 2002, para recuperarse ligeramente después.
En los últimos años, la desocupación disminuyó y, aún cuando sigue siendo alta, permite a los trabajadores cierto oxígeno en las negociaciones salariales. No hay que olvidar que cuando por cada puesto de trabajo hay diez postulantes, las condiciones de trabajo suelen ser más duras que cuando sólo hay dos o tres. Por eso, el pleno empleo es el mejor aliado para los trabajadores.
La ligera recuperación está muy lejos de conformar un escenario razonable. La mayoría de los sueldos sigue sin alcanzar para una vida digna, la miseria y la pobreza arrojan indicadores inconcebibles y seguimos padeciendo la paradoja de producir alimentos para 300 millones de personas sin poder garantizar la alimentación adecuada a menos de 40 millones.

La puja no es sólo salarial

Una de las cuestiones fundamentales del debate es que se lo presenta como un tema exclusivamente salarial y no como una verdadera discusión por la distribución del ingreso. Esto puede analizarse desde un punto de vista estático y con una perspectiva dinámica.
En lo estático, los aumentos salariales son la contracara de una disminución de la tasa de ganancia. Si los sueldos aumentan, la ganancia baja, porque le corresponde una “porción más chica de la torta”, decía mi abuela. Y algo de razón tenía.
Pero lo cierto es que cuando hay una distribución muy desigual del ingreso, como en Argentina, es porque existen ganancias muy altas, aún cuando muchos sectores de las Pymes también padezcan de serios problemas ocultos por los “promedios”.
Desde la perspectiva dinámica, el problema es bastante diferente. Aquí, los salarios y las ganancias pueden crecer simultáneamente, incluso cuando los primeros avancen más rápido. Los resultados dependen del camino elegido para el crecimiento. Si buscamos “competitividad”, es decir, desplazar a otros bajando costos, los salarios están fritos, como pasa desde hace 30 años. Pero si crecemos en base a “productividad”, es decir, lograr que mayores inversiones potencien todavía más el crecimiento, el conflicto entre salarios y ganancias se modera bastante.
El desafío es volver a articular un modelo basado en el segundo tipo de crecimiento.

De ganancias y mercados

Algunos analistas insisten en que una distribución más equitativa del ingreso, al bajar las ganancias, quita incentivos para invertir, y lo demuestran con finos desarrollos matemáticos. Pero entonces ¿quién cuernos nos explica nuestra historia posterior a 1976? ¡Nunca tuvimos una distribución tan desigual, salarios tan bajos, ni ganancias tan altas. Y tampoco hubo niveles de inversión tan reducidos! Algo falla en el modelo.
Ganancias muy altas no siempre impulsan inversiones. Muchas veces generan consumo improductivo, fuga de capitales o especulación financiera.
Los salarios bajos y la desocupación achican el mercado interno. Si además nos especializamos como lo hicimos -en bienes cuyos mercados externos no crecen demasiado rápido-, es muy difícil colocar la producción adicional que crea la nueva inversión. Eso explica seis lustros de bajo crecimiento, de inversiones escasas y de grandes burbujas especulativas y fuga de capital.
La redistribución del ingreso es un proceso muy lento. La “discusión salarial” debe contemplar, sin embargo, las necesidades insatisfechas de la población y la posibilidad de transformación productiva que ofrece un mercado interno sólido y pujante, única base real para lanzarse a exportar sin ser una factoría.
Desde 2003, el aumento de la demanda interna fue uno de los motores fundamentales del crecimiento. Los planes sociales y el aumento del empleo, a su vez, fueron los responsables de la mayor demanda.
Al disminuir el desempleo, la redistribución gana en importancia para mantener la expansión económica. No le temamos, pues, a mayores salarios.

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