Buscando la belleza en Buenos Aires

Me acabo de inscribir en un gimnasio en el centro de la capital argentina, con cinco pisos de oficinistas sudorosos inflando sus músculos, aplanando sus estómagos y endureciendo sus nalgas desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche.
No es fácil unirse al club de los bellos, pero una buena cantidad de porteños -como son conocidos los habitantes de Buenos Aires- parecen haberlo conseguido. ¡Pero nos se los dejen saber!
Hay constantemente un grupo de hombres en frente de un gigantesco espejo en el vestuario masculino, quienes sin ninguna vergüenza se admiran antes de volver a trabajar.
Mientras intentaba pasar inadvertido me atraganté con una nube de desodorante y me pareció detectar un par de miradas reprobatorias hacia mis jeans bastante gastados y mi camisa mal planchada.
Apenas llegado a Argentina noté que en pleno verano la gente sale en su hora de almuerzo a ocupar cada espacio disponible para acomodar el cuerpo en posiciones de contorsionista para tomar sol.
Pronto me di cuenta de que sólo trataban de exponer bajo el sol del mediodía esa zona del costado del cuello, o en medio del muslo derecho, que aún no llega al bronceado uniforme tan cuidadosamente conseguido a lo largo de meses de maniobras similares.
Hace algunos años, el director técnico de la selección nacional argentina obligó a los jugadores a cortarse el cabello so pena de echarlos del equipo.
El técnico se quejaba de que el juego del equipo se veía perjudicado pues los jugadores pasaban demasiado tiempo acomodándose el cabello para las cámaras. Muchos obedecieron, pero no todos.

Desfile de belleza
Durante el fin de semana, los argentinos salen muy tarde. No es nada raro dejar la casa después de la medianoche.
En mi primera visita, mis anfitriones me dijeron que comenzarían a prepararse para salir a eso de las ocho de la noche.
Cinco minutos más tarde, con mis dientes limpios, después de revisar que mis medias combinaran y que tuviera cerrados todos los botones de la camisa, yo ya estaba listo para romper la noche.
Tres horas después, ya cansado de esperar, me quedé dormido. Dos horas más tarde, todo el mundo en la familia estaba listo y me despertaron para partir.
Después de pasar tanto tiempo preparándose, es importante luego hacerse notar, por eso muchos simplemente van de un lugar a otro durante toda la noche.
Se les hace bastante duro a las feministas combatir la idea de que los piropos no son algo que deba ser bien visto, ni siquiera los comentarios más sugerentes que suelta algún obrero de la construcción al paso de una muchacha.
Un estudio reciente señala que un 68,9% de los argentinos coinciden en que los hombres en este país se preocupan demasiado por su apariencia.
El mismo porcentaje de consultados asegura que las mujeres argentinas son las más lindas del mundo.

Una obsesión histórica
La capital esta adornada con interminables tiendas de moda, más lencerías de las que haya visto nunca y cirujanos plásticos casi a la vuelta de cada esquina. Algunos incluso tienen consultorios en los centros comerciales más elegantes de la ciudad.
Los orígenes de este país explica en parte la obsesión de los argentinos con la apariencia.
Grandes cantidades de italianos emigraron aquí y trajeron con ellos su célebre sensibilidad por la moda.
Arrojemos allí un poco de influencia española y un toque de clase británica amante del polo para completar la mezcla y allí tiene una receta con estilo.
Los modelos de imitación incluyen a Carlos Gardel, el gran cantante de tango de los años 20, con su sombrero cuidadosamente ladeado y su inmaculado traje de tres piezas.
El presidente Juan Perón en 1940 también gustaba mostrar su traje bien planchado, pero más bien desde su veta militar y de gran admirador del entonces dictador italiano Benito Mussolini.
Y luego está, por supuesto, la joven esposa de Perón, Evita, cuyo estilo fue copiado en toda Argentina y el mundo.

Desórdenes alimenticios
Los argentinos están bajo una enorme presión para verse bien, pero el lado negativo de esto es que el número de personas que sufren desórdenes alimenticios está entre los más altos del mundo.
Las personas con sobrepeso a menudo se quejan de que son discriminados a la hora de buscar empleo.
Tanta dieta, ejercicio y acicalamiento llega a su clímax cada verano en las playas del balneario uruguayo de Punta del Este, donde los ricos y bellos argentinos acuden a mostrarse.
Tal como señala una guía de viajes: "Dios libre a los simples mortales, con sus kilitos de más, de tener la desfachatez de presentarse en alguna de las playas de moda con la intención relajarse con un libro".
Tras bajarme de la cinta de correr luego de media hora de transpirar en el gimnasio, con la cara roja e hinchada, aparentando unos buenos 10 años más de los que en realidad tengo, sentí la necesidad de preguntarme si estar rodeado de tanta gente bella no me habría infectado de cierto narcisismo.
¿Debo seguir insistiendo y esperar algún día poder abrirme camino orgullosamente entre la multitud para mostrar mis crecientes bíceps en los espejos del vestuario?
Pero he escuchado que hay otro lado de la vida argentina que debería investigar, que aparentemente se centra en opíparas cenas carnívoras, deliciosos vinos y cierto tipo de tortas que te dejan salivando frente a la vidriera de las pastelerías.
Bueno… ¿dónde habré dejado mi carné del gimnasio?

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