Cuba quiere reducir el número de burócratas

LA HABANA.  Cada día Ney Ascón atiende en su casa a unos diez clientes con electrodomésticos rotos. Muy cerca, tres técnicos, una recepcionista, un administrador y un mozo de limpieza, hacen menos en un taller estatal, en puestos que forman parte del millón de empleos sobrantes que el Gobierno cubano pretende eliminar.

"En el verano (mayor parte del año) atiendo unos 10 clientes diarios, casi todos con ventiladores, que arreglo con piezas que recupero de aparatos viejos o compro. El Estado no me suministra nada", explica este hombre de 42 años, que paga una licencia de trabajo por cuenta propia desde hace una década.

Ascón trabaja en una mesa en el portal de su casa, que él mismo limpia al terminar, consigue las piezas, arregla abanicos, ollas, batidoras o cocinas, y ofrece garantía. Su negocio está frente al mercado agrícola del barrio Santos Suárez, por donde siempre pasa gente.

En el ‘consolidado’, como llaman los cubanos al taller estatal de reparación, la recepcionista mira la olla de presión eléctrica china e informa a un cliente: "ahora no tenemos piezas de repuesto, debe de venir cuando esté el técnico que atiende ese tipo de olla y no vino hoy".

La ineficiencia está en la mira de Raúl Castro. El exceso de personal en los establecimientos estatales es lo que en Cuba se denomina ‘plantillas infladas’, un mal con el que se propone acabar reubicando a un millón, de una fuerza laboral de 4,9 millones, en un país de 11,2 millones.

Más de cuatro millones de esos empleos son estatales en una economía controlada en 95% por el Estado y afectada por la ineficiencia y la burocracia. Por medio siglo ha prevalecido una política paternalista de empleo y oficialmente se reporta un 1,7% de desocupación.

En ese globo "casi todo el aire lo ha puesto la política paternalista", dice el ensayista Guillermo Rodríguez, que sugiere para ocupar a quienes sobran en el Estado la apertura de pequeña y mediana industria, y negocios familiares, abolidos en 1968.

En un país con 50% de tierras improductivas y altamente dependiente de la importación de agroalimentos, hay una "falta crónica de constructores, obreros agrícolas e industriales", advirtió recientemente Raúl Castro.

Un 35% del total de ocupados está en la agricultura, industria, construcción y minería; y el resto en servicios sociales como la educación y la salud, que suman 1,3 millones de empleados y consumen el 60% del presupuesto nacional, o el comercio.

"Se están haciendo los estudios para ver los que sobran. Hay exceso de oficinistas, funcionarios, choferes y técnicos", dice un funcionario de salud, que reservó su nombre.

En el comercio sobran 79.000 empleados, según dato oficial. En una cafetería estatal de La Habana Vieja, seis camareros despachan la escasa oferta, una empleada se limita a cobrar y el administrador revisa las cuentas, controlando que los empleados no roben. Un ejemplo de muchos.

Según el semanario Trabajadores, en la provincia de Sancti Spíritus llegó a haber más vigilantes para cuidar las obras que albañiles. "En la sede del Ministerio de Cultura trabajan unos 400 empleados, con la mitad se puede hacer esa labor", reconoce uno de ellos.

La reubicación se hará "con orden", según el máximo dirigente sindical, Salvador Valdés, pero dijo que se rectificará la política de enviar a los cesantes a casa con una prolongada garantía salarial.

Un análisis de la revista cubana Temas advierte que "no se puede transitar libremente de una actividad a otra" pues la falta de experiencia afecta la productividad. Un economista dice: "no tiene porqué estar dispuesto a convertirse en albañil".

El Gobierno dice que "nadie quedará desamparado", pero muchos están preocupados. "Tengo ya 45 años y si quedo fuera no sé que voy a hacer. Ni pensar en convertirme en albañil o en campesino", dijo Marcos Rodríguez, comercial de una importadora de piezas automotrices en La Habana, mirándose las manos sin callos.

 

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